País de negros

En 2005, durante la campaña pre electoral pasada, Ignacio Irigoyen viajó a un pueblo que a 50 kilómetros de Mina Clavero, provincia de Córdoba. Igual que hacen algunos punteros políticos locales, ofreció a los habitantes del lugar dinero y ayuda material a cambio de apoyo para un “nuevo político llamado Adolfo Hitler, propulsor de la causa nacional socialista”. Promocionó a Hitler como “un político que está en Buenos Aires, acaba de fundar el Partido Nacional Socialista, que quiere echar a todos los judíos y extranjeros de Argentina y recobrar las tierras y propiedades para los trabajadores rurales, y cuya primera preocupación es el hombre de campo”.

Por increible que parezca el 85% de los entrevistados, entre ellos una maestra de la escuela local, no sabían quién era Adolf Hitler y aceptó la posibilidad de comprometer su voto a cambio de lo ofrecido. La historia es real; es una síntesis del documental ¿Alguien conoce al Führer?, que no se estrenó en Argentina pero recibió el VI Premio Unión Latina en el Festival de Cine Latinoamericano de Trieste, en 2006.

Aunque la situación macroeconómica argentina haya mejorado notablemente en los últimos años, la pobreza y la indigencia siguen presentes.

Es poco lo que una persona que pasa penurias graves puede hacer para resistir una oferta tentadora por su voto. Además, cuando los episodios de clientelismo de este tipo se reiteran una y otra vez a lo largo de décadas y los habitantes de un pueblo ven incumplidas repetidamente las promesas electorales, la brecha entre la sociedad civil y la política aumenta, al mismo ritmo que el escepticismo frente a las posibilidades de la democracia representativa para revertir estas realidades. El documental de Irigoyen también revela esto cuando muestra cómo los pobladores prácticamente no reaccionan cuando se les revela el engaño, simplemente lo consideran como un ejemplo más de una larga historia política de decepciones.

Este episodio llama la atención sobre la amenaza que la crisis socioeconómica estructural implica para las instituciones democráticas.

Pero esta es solo una parte de la historia.

En 1982 el economista Domingo Cavallo presidió durante dos meses el Banco Central, luego de lo cual el estado asumió la deuda privada, es decir la hizo pública, o sea, de todos nosotros. Esta deuda, generada por quiebras, malos negocios y autopréstamos de varias empresas de primer nivel, es parte de la deuda por la que actualmente pagamos más de un millón de dólares por hora.

Cavallo luego fue best seller con su libro Volver a crecer, luego fue Canciller de la nación, luego ministro de economía dos veces, una para el peronista Carlos Menem y otra para el radical Fernando de la Rua. Fueron dos gobiernos electos. En esas dos oportunidades volvió a beneficiar a grandes empresas de la misma manera, haciendo que el estado asumiera como propia sus deudas y sus quiebras.

La participación de Cavallo (y otros ministros, diputados, senadores y demás firmantes) como representante de esos grupos económicos, llama la atención sobre la amenaza que implican sus decisiones para las instituciones democráticas.

Luego de las elecciones, y contando todo lo que paso en el año, 22 provincias argentinas y la Ciudad de Buenos Aires renovaron total o parcialmente sus legislaturas, también nuevos titulares de los poderes ejecutivos locales y centenares de intendentes en todo el país. Cambiamos presidente y renovamos la mitad de las Cámaras de Diputados y Senadores de la Nación.

Durante la campaña los medios y varias otras voces hicieron su critica republicana centrada en las formas y el estilo de gobierno, la corrupción, el clientelismo, el aparatismo y la frivolidad de la primera dama.

Pocos hablaron sobre quién elige lo que podemos elegir y qué elegimos cuando parece que elegimos.

Ahora el análisis del voto 2007, termina concluyendo que estamos atrapados, que nunca podremos avanzar, que el voto fue distinto en los "centros urbanos más importantes", que en el resto del país, como siempre, los feos, sucios y malos votaron con la panza y no con la cabeza, que es un país de negros, sin solución.

¿Es cierto? ¿La pobreza condiciona los votos? ¿La falta de educación, de información, la necesidad de morfar, de seguir colgado a la teta del estado? ¿La falta de un futuro, aunque sea aparente? ¿La pérdida de la cultura del trabajo? ¿La pérdida del trabajo? ¿Todas las pérdidas?

No saber, depender, no pensar, no son lujo de los pobres. Varios bichos bien alimentados se pasean a los gritos, ofendidos por el mal olor del voto que no les permite otro país. Es la misma pobreza generada por el sistema político y sus modelos de acumulación, los que firmaron nuestros gobiernos uno tras otro, los ilegales y los democráticos, los que nos desaparecieron y los que votamos, los que disfrutamos.

Los cabecitas negrazas no compran dólares, no toman créditos, no juegan a la bolsa, no invierten, no exportan, no cambian su auto por un 0km, no se van a Londres con lo que ahorraron en el año. Tampoco pueden decidir sobre los destinos de nuestro presupuesto aprobado por el Congreso de la Nación, ni firmar decretos que congelen nuestros ahorros, ni privatizan o quiebran nuestras empresas. No aumentan nuestros precios, ni nuestros alquileres y ni siquiera saben de nuestros sueldos.

Ese país tiene este costo, ¿queremos cambiarlo?

Editado por AW
Aunque no funcione